¿Y si las notas no fueran lo importante?
Ante los últimos rumores y las decisiones de algunas autoridades educativas de un aprobado general y demás cuestiones, quizá es el momento de retomar un debate fundamental.
La notas, la calificación, es el principal lastre de la escuela. Es la mayor fuente de desigualdad que existe en educación, la mayor etiqueta segregadora: los listos, los “divertidos” (en los tiempos de la Diversificación), “los pemares”, los de nueves y dieces, “los rotos”, como he oído en alguna ocasión…
La notas son una barrera infranqueable para muchos de nuestro estudiantes y una losa para otros. En todos los años, me encuentro con chavales que empiezan con ciertas expectativas que se van desmoronando a medida que avanza el curso. Algunos que van bien en mi materia y se dejan llevar porque «¿para qué esforzarse si voy a dejar siete?» He tenido alumnado en grupos flexibles (con los que no estoy de acuerdo) que en esa sentencia que es el boletín tenían un 9 en Lengua… y suspendían el resto. No puede ser que yo sea la repanocha como profe y el resto no sirvan: la razón es que el sistema está devorando y escupiendo a estos chavales. Y estos son los mismos que en estos tiempos siguen desenganchados por falta de medios.
Aprovechando la coyuntura, propongo una cosa: ¿y si empezamos de cero, si hacemos tabla rasa, nos olvidamos de las notas y nos centramos en el aprendizaje? ¿Y si dejamos por un instante de lastrar a alumnado y profesorado con una nota numérica segregadora?
¿Qué pasaría? En el peor de los casos, quienes son objetores del sistema educativo lo seguirían siendo… o no. Si cambiamos cosas puede que otras también cambien. ¿Podría este alumnado “residual” del sistema engancharse si eliminamos su principal barrera en la escuela, la calificación? Hagámonos la pregunta por lo menos. Quizá este alumnado ya tenga bastante con familias desestruradas o con dificultades económicas o vivir en un ambiente deprimido como para que la escuela les siga poniendo barreras. Además, los que van bien ahora, irán bien siempre.
Y si vamos un poco más allá, incluso nos podremos enfrentar a esa educación bancaria de la que hablaba Freire. De momento, ya han disminuido los exámenes, ese gran gurú calificador (que no evaluador). Y digo que han disminuido porque ya sé de buena tinta de profes que están planeando hacer exámenes por videoconferencia como vigilantes del Gran Hermano de Orwell.
Alguna dirá: “ya está aquí otro iluminado perroflauta educativo y antisistema. Puede ser, pero, por qué no probar. Además, solo hay que revisar la ley para comprobar que esta propuesta está más cercana a la legislación de lo que hacemos diariamente: OM 65/2015.
Y que conste que la propuesta no es abandonar la evaluación. El problema es que hemos identificado la evaluación con la calificación y nos pasamos las competencias por el forro. Dejemos claro que estamos poniendo la calificación del boletín por encima del aprendizaje. Por qué no probar una evaluación cualitativa y diseñar un sistema de evaluación verdaderamente competencial, empezar a decirle a nuestro alumnado cómo pueden mejorar su aprendizaje, cómo pueden avanzar en su formación integral. Una nota sin más, simplemente, selecciona.
Y, hablando de selección educativa, para terminar quiero recomendar una lectura, un libro de mi amigo Yván Pozuelo e ilustraciones de mi compi de aventuras Sonia Fernández, ambos del grupo De Aula a Aula. Podemos o no estar de acuerdo al 100% con lo que Yván plantea, pero merece mucho la pena y nos hace reflexionar, que es lo que pretende también este humilde artículo.