Está claro que la IA está avanzando a pasos agigantados e inundando todos los ámbitos de la vida, los negocios, el día a día, y, por supuesto la educación.

Más allá del debate en su regulación y en su uso abusivo, lo que queda muy claro es que es una herramienta muy potente que puede ahorra mucho tiempo y trabajo a alumnado y profesorado si se usa con ética y sentido común.

La comunicación en un centro educativo es esencial para que exista una coordinación adecuada.

En primer lugar, debemos procurar que la comunicación pueda ser bidireccional, aunque controlada.

Esta es una de las conclusiones a las que he llegado tras reflexionar a la hora de preparar la última formación que he hecho.

El pasado ,es de mayo, el centro del profesorado de mi zona, el CPR Cuencas Mineras, me solicitaba una unidad formativa sobre herramientas educativas digitales, un tema que se puso muy de moda por razones evidentes a partir del pasado marzo.

No hace falta insistir mucho más en que este final de curso no ha tenido alma. Las herramientas informáticas han permitido salvar el final (más o menos), pero ha sido un curso para olvidar.

¿Os suena esto que nos pasa a todos los y las docentes, sobre todo, estos días?

Ante los últimos rumores y las decisiones decisiones de algunas autoridades educativas de un aprobado general y demás cuestiones, quizá es el momento de retomar un debate fundamental.

Estos días resultan extraños. Para todo el mundo, claro, pero más para los más jóvenes. Tienen clase, pero no tienen clase, tienen que hacer tareas, pero parece que no importa aprender, se quedan en casa, pero parece que tienen que pasar más rato con lo académico que nunca… Parece que hay muchas paradojas.

Sí, ya lo sé. Eso de los propósitos de año nuevo no va mucho conmigo. La anterior entrada de este blog lo demuestra. Hace dos años me proponía retomar el blog, pero desde aquel diciembre de 2016 no había vuelto a escribir. A ver si a la segunda va la vencida.
Es este un espacio mío, propio, un cajón de sastre personal, pero que compartía en la red. Un lugar en el cabía de todo, desde actividades de aula que quería contar, hasta cuestiones algo más personales pasando por reflexiones educativas, campañas por unas lecturas sin exámenes… Y, en el fondo, lo he echado de menos.
Contaba en aquella entrada de 2016 que ese verano había obtenido una plaza de funcionario después de seis años sin poder optar a ella por la no convocatoria de oposiciones. Estaba en mi año de prácticas que superé en junio de 2017. Además, tuve la gran suerte de que ese mismo curso me dieran mi plaza definitiva, a solo treinta minutos en coche desde Oviedo, donde resido. Y no solo eso: el IES Santa Cristina de Lena resulto ser un centro familiar, pequeño, casi rural, en Pola de Lena, en plena Cuenca Minera (aunque eso de «minera» ya casi queda en el pasado). Resultó, además, que mi alumnado es lo mejor del centro y allí también he encontrado a compañeros maravillosos con los que lo pasamos en grande desarrollando proyectos de todo tipo (mención especial a Sonia Fernández).

Y, ante este panorama «idílico», ¿por qué no he seguido publicando en La bitácora? Después de pensar sobre ello, no tengo una única respuesta, quizá sean varias las razones.
Es evidente que la red ha cambiado. La publicación de una entrada en el blog conllevaba debates en forma de comentarios, ahora se hace a través de otro tipo de redes y los debates en Twitter se han vuelto ácidos, alejados de aquel claustro virtual de hace unos años. Además, muchos docentes tenían y publicaban en sus blogs de manera constante, lo que hacía que el contacto fuera más cercanos con aquellos compañeros y compañeras con los que se mantenía un vínculo más estrecho. Ahora, todo parece más diluido en Facebook o Twitter. Revisando mis blogs favoritos en La bitácora, muchos docentes (como es mi caso) hace meses e, incluso años, que no publican nada. Yo mismo he dejado de escribir entradas y comentarios y me he centrado mucho más en mis blogs de aula para ofrecer material a mi alumnado y contar allí, para ellos y ellas y las familias, el resultado de las experiencias y proyectos. Y eso que aún persisten nostálgicos y nostálgicas de los blogs y sus comienzos, aunque de forma mucho más esporádica. Ahí sigue Carlota Bloom, Toni Solano (quizá el más fiel al blog de todos nosotros), Bloggeando, Tres tizas…
Y es que siento nostalgia, nostalgia de abrir mi blog y ver si hay alguna novedad en los blogs «amigos» para leer sus nuevos artículos y comentarlos. Por eso he renovado La bitácora de la lengua, por eso me he propuesto comentar los blogs amigos, por eso quiero retomar este espacio con el que he disfrutado tanto y con el que me he puesto en contacto con grandes docentes y ya amigos que me han hecho aprender tanto.

Durante los últimos cursos he intentado ser el mejor profesor posible. Mi idea para acercarme un poquito es muy simple: la ESCUELA debe ser un espacio agradable e integrador en el que los alumnos y alumnas aprenden disfrutando. He procurado hacer de este ideal mi forma de entender la escuela, y mis alumnos me demuestran año a año que estoy en el camino correcto (aunque aún a años luz de lograrlo). 

Para andar por este camino he tenido que emplear mucho esfuerzo. He tenido que leer mucho sobre trabajo cooperativo, sobre ABP, estar al día de tendencias educativas, he tenido que estar al tanto de los nuevos avances en NNTT, he viajado por las redes para aprender de maestros y profes maravillosos, he dado formación porque alguien ha considerado que lo que mis alumnos hacían merecía ser contado, me he seguido formando en grupos de trabajo de centro, cursos presenciales y a distancia sobre múltiples temas. También he aplicado todo eso que he aprendido con la firme intención de que mi alumnado aprendiese por competencias: hemos trabajado colaborativamente, hemos llevado a cabo proyectos, hemos usado las NNTT siempre al servicio del desarrollo competencial. Y he tenido el reconocimiento que más me importa, el del mis alumnos que, curso tras curso, me han demostrado su cariño y, sobre todo, han valorado que es esa la forma de aprender que reclaman.
Desgraciadamente, el curso próximo no podré hacer todo eso. Si tengo la suerte de poder seguir ejerciendo esta maravillosa profesión, ya no tendré tiempo de seguir formándome, ya no podré pasarme tardes y tardes diseñando proyectos, ya no tendré vida suficiente para investigar sobre metodología, sobre cómo aplicar las TIC de manera más efectiva.
Tendré que emplear gran parte de ese tiempo estudiando 72 temas que poco o nada tienen que ver con el día a día de nuestras aulas (todo parece indicar que el próximo año habrá proceso selectivo en Asturias, otro que tampoco cubrirá las necesidades). Tendré que dejar de intentar ser el mejor profe posible, ese profe ideal que tengo formado en mi mente. Se dice que la definición de profesor interino es aquel que tiene que dejar de hacer bien su trabajo para demostrar que puede seguir haciéndolo bien. Así estamos. 
Tras pasar ya varias veces por este proceso-tortura, tras aprobar con buena nota en varias ocasiones, incluso sabiendo que era imposible obtener plaza debido a la fase de concurso de la oposición (no voy a aburrir más con con los entresijos del sistema), seguiré intentando ser el mejor profe posible aunque, durante los próximos doce meses, sepa de antemano que no seré capaz, no podré con todo.
Lo siento mucho, lo siento por mí porque me estaré traicionando a mí mismo al pasar por el aro de un sistema en el que cada vez creo menos. Sí, me convertiré en un hipócrita. Pero lo siento, sobre todo, por mis próximos alumnos si tengo la suerte de tenerlos: tendrán un profe que no podrá ser el mejor profe posible aunque lo intente con todas sus fuerzas.